
Me encuentro en mi habitación solo, viendo hacia la ventana el cielo despejado, inmóvil, sin saber cómo llegue hasta acá. Una sensación de tristeza me invade. De repente, una lagrima sale despedida de mi ojo y camina por toda mi cara ¿Por qué me siento así? ¿Qué es lo que está pasando conmigo? No creo que sea el encierro, entonces ¿Qué es?
Por algo estaré enfrente de la venta – pienso mientras trato de explorar esa calle vacía en donde no pasa nada desde hace varios días. Me siento como cuando era niño y me frustraba con esos cuadernitos en donde tenias que encontrar al maldito Wally. Todo era casi igual, vestían de la misma forma, pero con pequeñas diferencias. Mi mascota Coco empieza a ladrar y, desaforadamente, me saca de mi trance – ¡Ya cállate, Coco! – Le digo con una voz baja pero amenazante para que no despierte a mi bebé y a mi esposa, que están en la habitación contigua. Pero me intriga saber que vio.
Coco, se sacude de frustración su cabeza haciendo que sus orejas hagan un papaloteo. Al poco rato empieza a ladrar poco a poco, cada vez más fuerte, hasta que el escándalo es el mismo que antes de haberla regañado. Yo insisto en callarla. La fórmula se repite varias veces. Trato de adivinar a quien le está ladrando ¿Un reflejo? ¿Un pájaro? – ¡No hay nadie allá afuera! – Le replico, pero ella sigue con su ritual sonoro.
Trato de ver hacia donde dirige su inquietud, pero es solo un arbusto en el lote baldío del otro lado de la acera, enfrente de mi casa. Solo hay una cerca de alambres que ayuda a divisar lo que hay adentro. El lugar está lleno de basura, un carro desvalijado y plantas que nacen silvestres y sin control -Tal vez alguien se metió a ese lugar y por eso está tan inquieta- concluyo y voy a ver si mi familia ya se despertó por el escándalo. Siguen dormidos los dos exhaustos por una noche complicada de pañales sucios y mamilas rellenadas constantemente. <<ojalá pudiera dormir tantas horas como ellos>> me quejo mientras los contemplo.
Un chillido de Coco me hace un sobre salto y corro para ver que ocurre. La perra está en una esquina temblando como un Chihuahua y enroscada en si misma. El único ojo que se le divisa está viendo hacia la ventana. Vuelvo a ver y no hay nada- Tal vez esté enferma- Me digo para tranquilizarme.
En eso veo una luz en uno de los arbustos. Algo así como una linterna. Puede que sea un vago que quiera recostarse o unos niños estarían de traviesos explorando ese basurero. Por lo que fuere ese lugar es peligroso, hay clavos o vidrios que podrían lastimarse, así que hablo a la policía para que los saquen de allí. Después de explicar muchas veces la situación me dicen que en unos momentos llegaría una patrulla. Me olvido del problema y voy a desayunar.
Ya para la tarde sigo con mi vida y en esos vaivenes en mi casa me encuentro a Coco en su cama temblando y sacando constantemente la punta de su lengua denotando preocupación. En un instante un valde de agua fría cae sobro mi cabeza al darme cuenta de que no había oído a alguna sirena de policía en todo el día. Voy hacia la ventana buscando algún carro de autoridad, pero nada. Todo vacío, pero la luz, que proviene de enfrente, es más intensa, como si fuera una fogata. Eso suena más peligroso, si están haciendo este fuego podría crecer y quemar todo el vecindario. Sin pensarlo más, y tal vez por el aburrimiento voy a la esquina donde guardo mis herramientas y tomo un machete largo y oxidado. Tenia poco filo, pero creo que funcionaria para ahuyentar a lo que fuera.
Mientras camino, volteo a ver a todos lados para cerciorarme de que ningún vecino me esté viendo y trato de ocultar el largo machete con el interior de mi brazo, pero sobresale la funda café y maltratada, así que no sirve de mucho – ¿En serio en eso me he convertido? ¿soy el vecino loco que asusta a los niños para que no hagan destrozos? – suspiro, muevo la cabeza y en voz baja murmuro – ¡Rayos ¡en lo que me he convertido-
Cruzo la cerca de un solo salto y veo lo que mi esperaba, un montón de basura. Me dirijo a la maleza de atrás, la corto como un expedicionista en las amazonas, como lo había visto en las películas. mientras grito y hago ruidos para asustar lo que esté enfrente, aunque muy en el fondo es para darme valor.
La luz intermitente me guía mientras quito las toscas plantas hasta llevarme a la entrada de una cueva. Pienso que esto es demasiado. El entrar en propiedad privada es una cosa, pero, el meterme a una cueva es otra cosa así que aplico la retirada.
Al darme la vuelta para salir de allí escucho la risa de unos niños jugando. En algún programa vi que en las cuevas existían gases que mataban a los mineros y aun peor, eran inflamables y podrían hacer explotar a toda la colonia. Mi familia estaba indefensa al otro lado de la calle así que no lo pensé. Puse la luz del flash de mi celular y me metí a buscar esos malditos niños. – oigan, salgan, este es un lugar peligroso y mas si traen fuego – repetía una y otra vez mientras me imaginaba que tipo de coscorrón o pellizco les podía dar a esos malcriados.
Lo más seguro es que no lo haga, pero la idea era tentadora. Las risas son cada ves mas fuertes y cuando se oían lo suficientemente cerca di un salto hacia delante para tratar de alcanzarlos, pero no había nadie. Entré a una cámara llena de brillos por doquier, como una noche estrellada en las montañas. Me acerco en donde proviene las sonrisas infantiles y veo una rama de cristal incrustada en la pared, la toco para examinarla y de pronto me veo en el pasado jugando con mi primo a que el es Alibaba y yo su acompañante en una aventura donde les robábamos los tesoros a los 40 ladrones mientras reíamos incansablemente.
Con un grito suelto la rama mientras estoy desconcertado de lo que había pasado. De pronto veo como esa rama se seca poco a poco hasta que cae al suelo y se vuelve carbón. Levanto la mirada y veo que toda la cueva está llena de este tipo de ramas que brillan una y otra vez con diferentes colores. Cada vez que me acerco reconozco sonidos de fragmentos de mi vida. Cuando aprendí a manejar bicicleta, la torpeza de mi primer beso, el día en que me gradué de primaria, cuando fui a Michoacán me harté de carnitas hasta vomitar. Todos mis recuerdos están allí.
Una en particular, en una esquina al lado de mi cabeza, se oye el cortar del machete, no recuerdo nada de eso y la curiosidad me invade por lo que toco la rama. Me encuentro en el patio trasero de mi antigua casa con mi padre. Me está enseñando a partir un coco con el mismo machete oxidado que tengo en mis manos. Yo maravillado, como niño que era, le pregunto si algún día iba a ser como él. Suelto con inquietud la rama y esta empieza desintegrarse ¿De que era la imagen de la rama? Trato de hacer memoria, pero no lo encuentro por mas que me esfuerzo. Doy vueltas mientras el eco de mis pasos inunda el lugar y concluyo que no encuentro el recuerdo ¡Es como si alguien me lo hubiera extirpado!
-Esto es muy peligroso- pensé y me propuse salir sin tocar absolutamente nada, pero entonces la luz familiar que me había atraído volvió a brillar iluminando toda la cueva. Me doy vuelta y es una rama enorme, brillante como el sol, mas ancha que las demás ramas. Su luz parpadeante es hermosa y no dejo de pensar que está adentro <<Solo escucho de que trata y asunto arreglado>>me digo a mis adentros impulsado por la curiosidad. Me planto enfrente acerco mi oído para escuchar mejor de que trata. Solo se escucha un intenso aire y una risa que no reconozco de quien es. Ni una palabra, ni un sonido más que ese aire. Si es solo viento no creo que sea tan importante así que me dispongo a tocarlo y terminar con todo esto.
Tengo 9 años. Mi papá y yo vamos a una cancha de futbol llena de arena que se encuentra cerca de la casa. Mientras yo traigo jugando entre las manos un papalote que habíamos creado esa mañana con palos de árbol, una bolsa de plástico de super mercado, hilo de tejer de mi mamá y un trapo viejo para la cola. Juego que el papalote es como un avión mientras él me cuenta que esto lo hacia en su pueblo para divertirse porque no tenia dinero para juguetes. Yo no le pongo mucha atención y sigo con mi juego haciendo los efectos de sonido.
Llegamos y trato de levantar el vuelo de mi papalote, pero cae como una bolsa de ladrillos. Me enojo, maldigo al juguete improvisado y empiezo a llorar. Mi padre, con el afecto que siempre me mostraba, me dio un coscorrón en la cabeza y me dijo -Tienes que correr en contra del viento para que se eleve-. No le discuto, porque no quería otro de sus “golpes afectivos” y corro para demostrarle en su cara que no funcionaria. Corro con todas mis fuerzas y llega un punto en que siento que se tensa el Cordón. Sospechando lo que acaba de suceder volteo a ver con que se había atorado, pero no lo encuentro en el suelo sino en el cielo -Suelta más cordón- me grita del otro lado de la cancha mientras le hago caso y el papalote se eleva más y más. Estoy del otro lado de la chancha y solo puedo observar como el papalote vuela escuchando en mis oídos el silbido del aire incesante, los gritos de victoria y risas de satisfacción de mi padre mientras hacia una danza improvisada de triunfo.
Regreso a la cueva y veo como la rama empieza apagarse poco a poco y se contrae mientras se seca lentamente.
– ¡No quiero olvidar esto! ¡quiero compartírselo a mi hijo! ¡quiero recordarlo al menos una vez más! Por favor ¡NOOOOOOO!-
Me encuentro en mi habitación solo, viendo hacia la ventana el cielo despejado, inmóvil, sin saber cómo llegue hasta acá. Una sensación de tristeza me invade y de repente una lagrima sale despedida de mi ojo y camina por toda mi cara. ¿Por qué me siento así? ¿Qué es lo que está pasando conmigo? No creo que sea el encierro, entonces ¿Qué es?
FIN