Gritos desde el otro lado

No es un secreto en mi vida que el estudio no era lo mío. Creo que después de leer y escribir muy pocas veces aprendí de un maestro. Prefería sacar información de los libros o incluso de ver programas educativos que estar aprendiendo un cúmulo de cosas que en su mayoría no las iba a utilizar o no me importaban. A pesar de esto sacaba buenas calificaciones en mis exámenes y eso no les gustaba a muchos maestros. Con este antecedente mi historia cobrara más sentido. 

En la secundaria un maestro, que se llamaba Pablo, citó a mi madre para hablar acerca de mí. Pablo era el clásico maestro que te cae bien desde la primera vez que platicas con él. Despreocupado, con una sonrisa en la cara, pero muy apasionado al dar sus clases. Por eso me sorprendió el que quisiera hablar con mi mamá. Lo hubiera esperado de la maestra de física que me ponía en vergüenza enfrente del salón o la de historia que su frase favorita era “Tu eres como el jitomate podrido, solo contaminas a los demás” pero el que había mandado llamar a mi mamá, sin razón aparente.

Mi madre llegó al salón y el profe, para no escuchar la conversación de los de la clase, nos invitó a ir afuera, en el patio para poder hablar. -Señora, sus hijas fueron unas excelentes estudiantes, pero su hijo no lo es tanto- mi mamá solo volteó a verme y podía leer en sus ojos <<Y ahora que hiciste>> y yo traté de recordar, pero con el maestro no había tenido ningún problema.

Pablo prosiguió: – Yo no he tenido problemas con él- exhalé de alivio -pero tienes graves problemas- inhalé de nuevo -Es muy bueno en matemáticas- exhalé de alivio – pero en las demás materias pareciera como si no le importara- volví a inhalar – Tal vez debería de llevarlo a un psicólogo- allí ya no supe si exhalar o inhalar.

Se hizo un silencio incomodo, supongo que ni mi madre y yo no habíamos tenido este tipo de conversaciones con ningún maestro. La mayoría de las conclusiones eran “refunda a ese niño a palos”, nunca fue “su hijo tiene una esperanza”.

El silencio murió repentinamente cuando la maestra de español, desde el otro lado del patio, gritaba con todas sus fuerzas, “Ese niño no va a ser nada en la vida”. Ingenuamente miré a ambos lados, por si otro niño desafortunado estaba cruzando, pero no, solo era yo, el único joven en ese patio vacío. Ahora me pareció algo cómico el cómo los tres seguíamos con la mirada a la maestra gritar mientras avanzaba hacia otro salón y azotaba la puerta. 

Lo que pasó después de eso no recuerdo muy bien que pasó. Pero lo que sí estuvo claro es que ir a un psicólogo era un lujo para nuestra familia y aun y si hubiéramos tenido el dinero, todo lo que le había dicho Pablo se desvaneció por el ridículo que le hice pasar a mi mamá.

Ahora no soy el gran empresario, ni tampoco recojo basura en la calle, he tenido mis fracasos, pero también mis premios y satisfacciones. Tuve que descubrir cómo aprende y ser más disciplinado y cada vez que consigo esas pequeñas victorias un Pablo se me viene a la mente “si pudiste” pero la voz es apagada por unos gritos desde el otro lado de mi cabeza que me dicen “no vas a ser nada en la vida” El yin y el yan en mi cabeza que me mueve en mi día a día.