
A los 14 años, Laura como todos a su edad, sentía que el mundo estaba a sus pies y tenía buenas razones para pensar en eso. Su familia la idolatraba, estaba en el cuadro de honor en su escuela y tenía una hermosura que congelaba a cualquiera que la veía. Era tan popular que chicos de otras escuelas iban a visitarla solo para pasar un momento con ella.
Para Laura solo era un juego coquetear con ellos e ilusionarlos. Hasta que conoció a Luis. Sus ojos azules la ponían nerviosa cada vez que se cruzaba en su mirada. Luis sabía que con una sonrisa Laura cambiaba a color tomate. Los dos enamorados cayeron en los encantos de cada uno y en poco rato se hicieron novios.
Luis vivía a unas calles atrás de la casa de Laura así que él se escabullía por el balcón de Laura cuando regresaba de la prepa y pasaban la tarde en su cuarto sin que sus padres se dieran cuenta, hasta que pasó lo inevitable. A un año de la relación las hormonas ganaron y quedaron embarazados en la década de los 80.
Los padres de Laura estaban devastados. Palabras y gritos surcaron por las dos familias. Los padres de Luis planeaban el escape de su hijo a un estado muy apartado con un tío en un rancho. El papá de Laura y sus hermanos planeaban golpearlo o hablar a la policía por “violar” a una menor, y en medio de todo esto estaban ellos tratando de hacer razonar a sus familiares.
Pero la razón triunfó y los dos decidieron casarse. Los dos dejaron la escuela y tuvieron que ir a trabajar al local de los papás de Laura. Era lo justo ya que vivían en su casa. Pero la frustración del padre por no darle el merecido castigo hacía que insultara constantemente a Luis hasta el punto en que no pudo más y renunció. “Tal vez no pueda conseguir algún trabajo que me de tanta lana, pero cualquier cosa es mejor que estar trabajando con usted”, Luis gritó antes de salir azotando las puertas del local.
Muchas veces la dignidad es un lujo que muy pocos pueden tener y en el caso de Luis, al no tener preparatoria terminada, solo provocó que pasara de un trabajo mal remunerado a otro.
Laura tenía cada día más cerca el alumbramiento y la angustia de no tener un quinto hacía que las discusiones con Luis crecieran cada vez más. Él no aguantaba más ese ambiente en donde no era bien recibido por sus suegros y su esposa así que buscó escusas para salir y despejarse, así que se reencontró con sus antiguos amigos de la cuadra.
Al terminar un partido de fútbol en las canchas de tierra que estaban enfrente de su antigua casa. Luis y sus amigos tomaban y reían sin sentido. Su risa era un sonido desgarrador disfrazado de satisfacción. Tomó el último sorbo de cerveza y se dispuso a regresar a su infierno personal.
Su amigo le dijo que lo acompañaba hasta su hogar. En el camino platicaron de la situación de Luis y le dijo: —¡Qué suerte tienes, carnal! Justo mi ayudante tuvo un accidente y necesito quien haga su chamba ¿Te late? —. Luis no estaba muy seguro pero el simple hecho de tener trabajo lo empujó a aceptar asintiendo con la cabeza.
A la mañana siguiente, Luis salió al lugar pactado donde su amigo el Pelos ya lo estaba esperando. Pelos no lo saludó de la forma estridente de siempre, solo con un choque de manos. Se notaba nervioso. Volteaba hacia la avenida y en eso se le abrieron los ojos al ver venir un camión de pasajeros.
Le pasó rápido una pequeña pistola plateada. Luis la recibió sin saber qué hacer con ella, ¿era una broma? Pelos ve la sorpresa en la cara de Luis y le susurra: —Es tu herramienta de trabajo, te pasas hasta atrás del camión y me cubres. Si alguien se pasa de listo lo quiebras ¿Entiendes?
Luis solo asintió con la cabeza y se preparó para lo que estaba por venir. Los dos saltaron a sus presas y les quitaron todo lo que tenían para salir de inmediato corriendo, sin que nadie pudiera hacer nada. La adrenalina, el poder y saber que ya no sufriría de dinero apagaron la voz de su conciencia. Y ese fue el principio del fin.
Los días y los asaltos pasaron. Cada uno más fácil que el otro y el dinero abundó. Luis hizo cuentas y vio que ganaba en una semana lo que en otros trabajos tardaría meses, por lo tanto, tuvo el dinero suficiente para pagar un buen hospital para el parto de su hijo.
Laura no lo podía creer, por fin la suerte brillaba. Pero a pesar de que caía más dinero a la casa, Luis empezó a cambiar radicalmente. Parecía ser que, al romper una regla arraigada en su corazón, al pasar ese límite las demás reglas ya no tenían importancia. Así que Luis llegaba borracho o drogado cada vez más seguido.
En uno de esos días, Laura con unos meses de haber parido, tuvo que cargar como pudo a su esposo hasta la cama. Entre tanto forcejeo a Luis se le cayó su “herramienta de trabajo”. Y allí, Laura se dio cuenta de la persona detestable que tenía cargando.
Las discusiones, peleas e incluso golpes siguieron durante 3 años. Luis iba y venía una y otra vez mientras los padres de Laura le gritaban que no le dejarían ver al niño nunca más. Ella estaba entre la espada y la pared. La idea de que su hijo viviera sin padre o de que se convirtiera en un vivo retrato de él, la partía todos los días. Todo un círculo vicioso se movía enfrente de ellos hasta el funesto día.
La casa estaba sola, no estaban los suegros, solo Laura y su hijo. Jugaban en la recamara de arriba y estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta que Luis había llegado a la casa en un muy mal estado. Estaba tan alcoholizado que no subió a molestar a Laura, como era su costumbre, solo se acostó en un sofá de la sala y se durmió.
Arriba, Laura terminaba de jugar con su hijo y se dispuso a sentarse en un sofá en su cuarto para supervisar el juego de su criatura. Pero el sueño la traicionó y se quedó dormida.
De repente, se escuchó un “¡Bang! ¡Bang!” de la tierna voz de su hijito, lo cual hizo que se despertara y lo viera enfrente de ella apuntándole con el arma de Luis. El jugueteo del niño lo llevó a ir con su padre y quitarle el arma mientras estaba inconsciente. Ella no supo qué hacer y trató de no asustar al niño. Le habló muy tiernamente pero el chiquillo no quería que le quitaran su fabuloso “juguete” nuevo y se aferró a él. Siguió gritando “¡Bang! ¡Bang!” de una forma cada vez más brusca. Ella no sabía si arrebatársela de sus manitas y lastimarlo o volarse un dedo o algo peor. Así que al ver que ni las palabras suaves ni los regaños hacían efecto, se abalanzó hacia él.
Un tremendo estallido se escuchó en la habitación. El niño estaba llorando en el suelo y el arma se veía muy lejos de él. “Gracias a Dios no le pasó nada” pensó Laura mientras se llevó las manos al pecho al sentir algo caliente que la mojaba.
Estaba sangrando a borbotones y poco a poco se le iba la vida. Antes de desplomarse, vio desde el suelo a Luis llegar a la escena horrorizado. Luis supo que si se quedaba ahí lo culparían de este y otros delitos, así que, cobardemente, huyó.
Laura trató de gritar, pero el sonido ya no salía de su boca. Solo pudo ver a su hijo sentado, llorando inconsolablemente. No podía permitir dejarlo solo, así que trató de levantarse con sus pocas fuerzas, pero no tenía ningunas. Solo pudo llorar.
En eso los padres de Laura llegaron. Su madre apartó al niño y trató de consolarlo. El padre trató de cargar a Laura para llevarla al hospital, pero ya era demasiado tarde. Entonces vio a su nieto y supo que iba a ser cuidado y querido por sus abuelos, que Luis no se le acercaría más y no lo podría contaminar jamás y que ese pequeño tendría una vida prometedora. Y así fue.