En un pequeño pueblo ocurrió un gran acontecimiento: el alcalde tuvo un accidente automovilístico. El carro se salió de la carretera y cayó en un precipicio de forma tan aparatosamente que el auto quedó destrozado. La culpa del accidente se atribuyó al loco del pueblo, quien había estado meditando arriba de su burro a media carretera y el chofer no pudo esquivarlo.
El loco se sintió culpable y sabía que tarde o temprano lo arrestarían, a menos que pudiera reponer al alcalde. ¿Pero cómo? Después de unos momentos golpeándose la cabeza con la mano (ya que él consideraba que era el mejor método para sacar las ideas), surgió su “Plan sin fallas”: la mejor forma de reponer al alcalde era falsificándolo. Pero después de un momento de reflexión, se dio cuenta de que lo reconocerían, así que debía encontrar a un impostor.
El burro empezó a rebuznar y el loco asintió. “¡Es verdad! A ti nunca te reconocerían”. Lo vistió con un traje que encontró en la basura y fue directo al pueblo. Aunque pudiera parecer una tontería, esa marcha era una declaración de justicia, ya que el viaje del alcalde era para sacar los ahorros del pueblo y nunca volver.
En este mundo extraño, a veces la justicia debe abrirse camino, incluso si esto implica recurrir a locos o animales. Este acontecimiento fue tan absurdo como glorioso.